Roberto Santos
Los diputados guerrerenses morenistas decidieron mirar de lejos la situación que enfrentan los acapulqueños.
A ellos no les conmovió el corazón como para intentar proponer un acto de empatía con sus paisanos en este momento en que claman ayuda.
Queda de manifiesto que a los diputados de morena su duro corazón no se perturbó y que puede más el interés de quedar bien con quien ya saben quién, que proponer recursos para ayudar a la gente de Acapulco.
Entre estos están Rosario Merlín García, y Pablo Amílcar Sandoval Ballesteros, que representan los dos distritos federales de Acapulco.
También Araceli Ocampo Manzanares, Sergio Peñaloza, Rosario Reyes y Carlos Sánchez Barrios, quienes seguramente saldrán –si no tienen vergüenza– a pedir una vez más el voto para que les permitan seguir enriqueciéndose gracias a su triste papel de diputados federales.
Los seis ni el intento hicieron de mostrar solidaridad y empatía ante el dolor que atraviesan miles de personas que se encuentran de luto ante sus pérdidas y que esperan que sus representantes hagan algo por ellos.
Nada de eso se vio en la Cámara de diputados federal, y es que también es posible que ni logren entender por lo que en este momento atraviesan los acapulqueños, después de que pasara Otis y dejara destrucción y muerte.
Fenómenos como Otis, suelen generar una gama de emociones y desafíos psicológicos en la población, una vez que se han dado cuenta que perdieron todo o una parte de sus bienes, como casas, muebles, carros, mascotas, ganado y, lo más doloroso, algún familiar o familiares.
Quienes saben de tanatología se dan cuenta por los momentos de profundo dolor que pueden estar pasando miles de personas que tuvieron pérdidas.
De la negación al no aceptar la magnitud de lo destruido, pueden pasar al dolor, la tristeza, la rabia, la frustración, que comparten con sus vecinos que están pasando por lo mismo.
Acapulco comparte un sufrimiento colectivo, al seguir buscando personas desaparecidas, al tratar de limpiar su casa, de arreglar los desperfectos, de ver que ya no existe el paisaje que miraban cotidianamente y en su lugar existen toneladas de basura.
El duelo no solo es por haber perdido sus pertenencias, sino por ver devastada su ciudad, el lugar donde viven, ese lugar que no volverá a ser igual.
Y no es cierto que para la Navidad la gente va a estar feliz, feliz.
Eso es un absurdo.
No será así porque mucha gente al sufrir este desastre natural podrá seguir con miedo, dolor, ansiedad por el futuro, generado por su familiar fallecido, por la falta de empleo, porque ya no están sus vecinos, y a esto se agrega la incertidumbre y la sensación de vulnerabilidad ante fenómenos de la misma naturaleza.
Sin embargo, en Acapulco también vemos que a pesar del dolor y la tristeza por la destrucción, una oleada de solidaridad y de apoyo comunitario en los trabajos de limpieza y cuidado de las casas.
La gente se ha unido para ayudarse mutuamente para recuperar sus casas, su calle y su colonia, así como para conseguir comida y agua.
Y en esta oleada de ayuda está el gobierno del estado y el federal, los ayuntamientos solidarios, los empresarios de México y locales, agrupaciones sociales y civiles.
Trabajadores del gobierno del estado haciendo trabajo comunitario, así como miles de personas que han llegado de otros lugares a sumarse al esfuerzo para levantar Acapulco, y otras que en otras ciudades cargan y descargan camiones para que los víveres lleguen a quienes lo necesitan en el puerto.
Y allá lejos, en su miseria humana, están los diputados federales de Guerrero, los que gracias a los votos de muchos acapulqueños disfrutan una vida de lujos, esos que votaron para que no se destinaran recursos para la recuperación del puerto.